jueves, 20 de mayo de 2010

La sabiduría piscinal

El vestuario de la piscina es uno de los sitios en los que más tonterías oigo. Como lo comparto con bastantes madres primerizas, las conversaciones que allí tienen lugar suelen girar en torno a los hijos, suyos o de sus amigas. A veces lo que cuentan son simples anécdotas que, si no se toman demasiado en serio, pueden resultar incluso graciosas. Sin embargo, otras no pueden menos que horrorizarme, pues aluden subliminalmente a la ignorancia y al machismo que siguen guiando los comportamientos de muchas mujeres que, en muchos casos, han tenido la oportunidad de abrir su mente y desatarse de las redes de la dictadura masculina y limitante.

Una tarde, una mujer de treinta y cinco años comentaba con otra, algo más joven, las últimas proezas de su hija –quien tendría, a lo sumo, año y medio, teniendo en cuenta la manera con la que hablaba de ella-. Entre cremas corporales y secador de pelo la orgullosa madre retrocedió en el tiempo hasta situarse en su etapa de embarazada, cuando, según dijo, asistió a un curso preparatorio para madres, en el que aprendió una manera especial de cambiar pañales. Escuchar que existen seminarios en los que te enseñan a ser madre me sorprendió para mal desde el principio. ¿Dónde ha quedado el saber heredado y transmisible, o el instinto maternal? ¿Qué va a pasar con las abuelas, serán todas sustituidas por profesionales en la crianza de bebés? No creo que haya pocas mujeres que, como yo, esperen compartir con madres y compañeros –o compañeras- el camino de la maternidad, una vez llegado el momento idóneo. Esta fiebre de la planificación y del todo perfecto no hace sino restarle a la vida el factor de incertidumbre y riesgo que forman parte de toda experiencia de aprendizaje. Hoy por hoy cualquier conocimiento es susceptible de esquematizarse, aunque dicho proceso le robe el encanto y el contacto humano que supone el descubrimiento común.

Pero ésa no es la mayor barbaridad cuya verbalización he presenciado en la piscina. Ayer, una conversación también tocante a los hijos se desarrollaba en el vestuario en el momento preciso en que entré por la puerta. Por lo que pude deducir en los escasos dos minutos que tardé en ponerme el bañador y el gorro, una de las mujeres que hablaba tenía una amiga que había adoptado, poco antes, a un niño de diez meses, negro y de otra cultura. Otra señora, con una toalla enrollada en la cabeza y en proceso de abrocharse las zapatillas, opinaba sobre la noticia: “Yo no entiendo cómo alguien puede adoptar. Coger a un crío que no es tuyo. No puedes sentirlo como tuyo, yo no serviría para eso. Y encima de otro país. ¿Qué haces si no te come?”. Una segunda mujer tampoco dudó en encadenar su enriquecedor punto de vista con el anterior: “Pues sí. Y, encima, lo adopta ella sola. Qué valor. Yo que estoy todo el día en casa deseando que llegue mi marido del trabajo…”. Primera señora de nuevo: “Es que además es una responsabilidad enorme tener un niño que no es tuyo”. No sé si de esta última frase debería inferir que criar un niño que ha parido una misma no conlleva ninguna responsabilidad o, al menos, no una tan grande como adoptar.

Porque, según lo que he leído hoy en la prensa, la adopción no parece reportar a quien decide llevarla a cabo ningún compromiso. Copio literalmente desde la selección semanal de The New York Times que publica, cada jueves, el diario El País: “En los últimos tres años, dentro de Rusia, 30.000 niños fueron devueltos a las instituciones por familias adoptivas, de acogida o en custodia”. La crónica, titulada “Huérfanos cuidados pero sin familia”, se construye sobre el caso de un orfanato ruso que sólo ha dado salida a un niño durante el último año. A pesar de la dureza de la información, impacta todavía más la cita entrecomillada, sobre todo si se conoce el dato de que muchas de las familias que rechazan a sus ya hijos son estadounidenses. Me pregunto si, en un país considerado el más desarrollado del mundo en muchísimos aspectos, no existe ningún tipo de legislación que obligue a los padres adoptivos a mantener a sus hijos en el hogar una vez finiquitados los trámites. Igual que los Estados penalizan –en ocasiones con la cárcel- a los progenitores que abandonan, maltratan o maleducan a sus hijos biológicos, deberían castigar a quienes devuelven a los adoptivos en un acto que equipara a los infantes a objetos defectuosos.

Si hubiera leído esta noticia antes de escuchar la conversación del vestuario, le habría dicho dado parte de razón a quien no entendía cómo alguien puede considerar suyo a un hijo que no ha salido de sus entrañas. Si 10.000 niños al año son devueltos a los orfanatos solamente en Rusia, ¿cuántas familias alrededor del mundo tendrán el capricho de adoptar a bebés para arrepentirse de su arbitraria decisión meses más tarde? ¿Y cuántas de esas familias desatenderían o retornarían al hospital a sus hijos biológicos? La paternidad implica responsabilidad y consecuencia, y esos requisitos, que yo sepa, se incluyen tácitamente en los formularios de adopción.

Con estas perspectivas, no me extrañaría que pronto se destapara una auténtica economía mundial basada en el comercio con huérfanos: un mercado negro de huérfanos, subastas de huérfanos, intercambio de huérfanos... ¿Nadie va a pensar en la salud mental de esos niños que, después de catar la esperanza y la prosperidad, son rechazados, quizá por segunda vez en sus vidas? ¿Vamos a consentir que los gobiernos permitan que esos pequeños inocentes paguen los antojos de unos padres insensibles?

2 comentarios:

  1. Qué casualidad, Irene! Hoy en el tren me he sentado con una niña y la que he supuesto que es su madre adoptiva. Y también me ha hecho reflexionar, ya que la niña (de rasgos latinoamericanos)iba vestida de una manera que a mí no me parece la más adecuada para una personita de unos 12 años: camisa blanca, pantalon rosa pastel, "bailarinas" blancas, pulsera de perlas... esto concuerda con lo que vi el otro día en un supermercado: una niña de unos 3 añitos (de rasgos asiáticos) vestica con un ampuloso vestido, una rebequita, zapatitos, calcetines calados, y un enoorme lazo en la cabeza.

    Yo no sé lo que es más correcto, pero a mí me gustaría que estos niños disfrutaran de su infancia y fueran felices, y que se les dejara en paz con tanta pijería...

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  2. Puaj, ya te lo he dicho en clase... pobre del crío que salga de la barriga de esa mujer que "no serviría para coger a otro crío" que no es suyo. Hay gente que debería estar castrada sistemáticamente, xD.
    ...y qué fuerte lo de los orfanatos rusos U.u

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