martes, 20 de julio de 2010

Cómo me hice autosuficiente

Hoy, dos semanas después de mi llegada a Londres, puedo decir que la independiencia me está yendo bastante bien.

Para quien no lo sepa (y serán mayoría) vine a esta ciudad -que, por cierto, no conocía- con la idea de buscar un trabajo que me permitiera, junto con los ahorros de mi corta existencia, pasar un verano diferente y sin demasiadas penurias. De momento creo que ambos objetivos se están cumpliendo: la experiencia está siendo distinta no solamente en cuanto a una época del año concreta, sino respecto a todo. Nunca antes había trabajado "en serio", así que estoy descubriendo lo fucking cansado que es pasar ocho horas de pie repitiendo tareas de lo más rutinarias. Pero me queda el segundo objetivo hecho realidad: estoy sobreviviendo sin pasarlo nada mal. Voy tirando de la cuenta en la que he guardado durante toda mi vida las estrenas (aguinaldos), pagas, sueldos en negro de trabajillos varios... ya que, al haber trabajado sólo tres días, todavía no he visto ni un duro (o mejor dicho, ni un pound) de mi sueldo, evidentemente.

¡Pues sí! Tengo trabajo. Y no es en un Starbucks -menos mal, porque me caen fatal!-, ni en un McDonald's explotador y roñoso, como pensaba yo... Después de repartir más de setenta currículums por las zonas céntricas de Londres me llamaron de varias entrevistas y pruebas, y finalmente he acabado currando en una tienda a diecisiete minutos andando de mi casita. En cuanto entré para dar el currículum pensé que era el sitio ideal para mí, y ¡voilà! Aquí me tenéis, cinco días a la semana, ocho horas al día, con un sueldo para nada despreciable. Está claro que con el alquiler de la habitación, la comida, el transporte -el metro está muuuuy caro, amigos- y los caprichitos varios no voy a conseguir ahorrar, pero como recordaréis el ahorro no estaba entre mis objetivos de partida.

La tienda se llama The Grocery , y vende comida orgánica (sinceramente, no entiendo muy bien qué es eso, porque no concibo una comida que no sea orgánica) y vegana. Allí he visto productos que ni sabía que existían. Es todo bastante carillo, sobre todo la verdura y la fruta: la calidad que tiene es, por lo visto, difícil de encontrar en Londres, ciudad en la que reinan los restaurantes de comida rápida. Los clientes son casi todos en plan alternativo-gafapasta-tatuados-hippies, así como mis compis de trabajo -me encantan!-. De momento, entre los que he conocido solamente hay una inglesa: los demás somos todos extranjeros.

La mayor ventaja del trabajo es que puedo quedarme con la comida cuya fecha de caducidad ha vencido -pero que, ¡ah, amigos!, sigue siendo comestible, que no vendible-. Así que llevo varios días comiendo de gorra, y encima exquisiteces vegetarianas que a otros les cuestan una pasta. Otro punto a favor: lo no caducado puedo comprarlo con un descuento del 20% por trabajar allí, cosa que supone un alivio para mi bolsillo estudiantil (teniendo en cuenta lo que vale aquí el aceite de oliva, estoy más feliz que unas castañuelas).

Claro que no todo va a ser chachipiruli: estar ocho horas de pie en la caja (ya nos podían poner una silla, ¡pero no!) me deja las piernas... en fin, que no sé cómo me las deja, porque ni las siento. De vez en cuando aprovecho para dar una vuelta por la tienda para comprobar que todo está en su sitio y de paso desentumecerme, pero aun así llego a casa casi arrastrándome por las calles. ¿Y qué más? Ooooh! El idioma!!! Normalmente es fácil, sólo tengo que preguntarles a los clientes si quieren una bolsa -aquí se pagan- y pedirles que introduzcan el PIN de la tarjeta de crédito, pero si me preguntan algo... ¡¡¡tiemblo!!! De todos modos me voy acostumbrando al inglés mezclaíllo que se habla aquí -me imaginaba Londres multicultural, pero no tanto: los ingleses deben de suponer el 40% de los habitantes de la ciudad, o ésa es mi experiencia-.

Peeeeeero antes del trabajo tenía que conseguir algo esencial: casa. Y lo hice dos días después de aterrizar en Londres -mientras me alojé en casa de mi primo, que estudia aquí-. Si alguna vez se os ocurre experimentar una aventura de este tipo, os aconsejo que no lo hagáis con una de esas agencias que te prometen un puesto de trabajo asegurado y una habitación en un piso repleto de comodidades, porque por lo que he oído ninguna de esas dos promesas suele cumplirse y, además, todo eso lo puede conseguir uno por su cuenta: y como prueba, yo (muaks, muaks, ¡qué grande soy!). Tengo una habitación sencilla pero cómoda y agradable en zona 2, concretamente en Bethnal Green, y a dos paradas de metro del centro, o sea, de la zona 1. El barrio es todavía más multicultural que las calles principales de la ciudad, y está muy bien conectado mediante autobuses y metro con cualquier zona de fiesta, ocio, turismo, etcétera que podáis imaginar. Vivo en una casa con otras cinco personas -y dos okupas: ¡hola desde aquí!-: tres chicas y un chico españoles y otro chico neozelandés que tiene una cara graciosísima -y es el rey de los ventilacos, ¿eh, Nacho?, o eso sospechamos...-. Mi cuarto da a la cocina y a un jardín hecho polvo que quizá algún día me atreva a adecentar, aunque ahí hay faena más bien para tres o cuatro tardes.

El alquiler es una pasta. Aquí se paga por una semana lo que en Valencia pagaríamos por un mes. No es que no vaya a ahorrar, es que creo que me voy a ir de Inglaterra en números rojos. Vamos, que la aventura londinense me va a salir cara, creo yo. Por la gracia de trabajar en Londres voy a tener que trabajar todo el curso en España, lo que yo os diga...

Hale, ya me he cansado. Otro día sigo con los aspectos turísticos, de la vida diaria, del clima y todas esas cosas que, en realidad, podéis leer en las guías que venden en los aeropuertos.

Mmm... bye!

domingo, 4 de julio de 2010

Londres

Recorde quan tenia cinc o sis anys i desitjava que el dia tinguera més de vint-i-quatre hores, perquè aquestes se’m quedaven curtes. Em gitava tots els dies no més tard de les deu de la nit, incondicionalment. Les cançons dels dibuixos animats o del col•legi espantaven la son i, per molt que intentara fer-les fora del meu cap, m’acompanyaven fins que les mans, esgotades, s’afluixaven i deixaven d’estrènyer les oïdes. Pels matins les ganes d’anar a l’escola em treien del llit sense que ma mare haguera d’insistir-me. A les huit i quart sonava l’escopetada d’eixida i les hores començaven a córrer a un ritme fugitiu que ara em sembla irrecuperable.

Ja fa uns quants anys que em fa vertigen la rapidesa amb la qual passa el temps. Quan tinc estones buides obric les carpetes de fotos de l’estiu passat i m’observe: sóc la mateixa? No, evidentment. En aquelles fotografies Irene tenia dinou anys, i ara en té vint; la seua pell era més morena que ara, cosa que a Londres serà difícil aconseguir; estava convençuda de que aquella felicitat calmada i al mateix temps eufòrica era la màxima a la que podia aspirar, i ara se’n ha adonat que estava, per sort, equivocada. Perquè ara és quan comença a tastar la vertadera plenitud, quan albira la llum que envolta a ella i al món.

L’altre dia vaig estar mirant fotos de paper, de les d’abans. Tinc bastants àlbums que arriben fins als meus catorze anys, més o menys; després les imatges s’acaben i s’espargicen per diferents ordinadors, i moltes han mort a la par que aquelles màquines de vida ínfima. Però la Irene bebè i xiqueta encara viu a la prestatgeria més alta de la meua habitació. Tenia uns ulls blaus i gegants que ara són verds, encara que molta gent continua veient el mar en ells. El mar... aquest mantó interminable és la font de la meua llibertat: saber que puc escapar per ell quan la sensació de claustrofòbia oprimisca el meu cap, o quan haja d’agafar avions que potser canvien inclús la cadència del temps...

A dia i mig d’anar-me’n a Londres per passar-hi, en teoria, tot l’estiu, tindre el mar a prop és el que em salva d’eixir boja. No tinc res preparat, només un bitllet d’avió que em soltarà a una ciutat desconeguda i gegant, inabastable. No sé on viuré, ni on treballaré, ni amb qui gastaré les hores. Però allò que més por em fa és el record de l’estiu passat, potser idealitzat, i el desig de repetir-lo aquests mesos en lloc de trobar-me, de cop, tan lluny de tot el que es queda ací. M’agradaria que tot s’aturara a Espanya i esperara a que jo arribara per tornar a funcionar. Si ja tinguera llesta la màquina del temps viatjaria al passat i em quedaria amb un estiu de platja, sol, viatges senzills i passeigs per la ciutat abrasant. M’agradaria fer un retalla i pega per transportar l’estiu de 2009 a aquests mesos i viure’l de forma pareguda però diferent, perquè tu també hi estaries –i la Irene de 2010 és una versió molt millorada de l’antiga-.

No sé molt bé què pinte a Londres, ni per a què vaig, perquè sent que no estic al moment idoni per viure aquesta experiència. No m’abelleixen aventures ni incerteses a països estrangers: vull un estiu tradicional a la costa, com els que vivia de xicoteta a la caseta del meu avi, ara enderrocada. Vull gaudir-te aquest estiu, encara que el temps transcorre a la velocitat de la llum i el següent està en girar el cantó. Vull recordar el començament de l’estiu cadascuna de les nits de juliol, agost i setembre, i no dubtes que ho faré en la distància. I no serà en anglès sinó en valencià, la llengua en la que pense últimament sense saber exactament per què.

I tanmateix, me’n vaig... hi ha alguna cosa que m’empeny a anar-me’n. Les senyals de les que tant parle són les culpables. Així que es vegem allà... o no? Tens la porta oberta (tot i que no sé si serà la porta d’un apartament, d’un alberg o d’un contenidor...).

Gaudim l'estiu, que aquest mai no tornarà!