martes, 18 de mayo de 2010

Infancia I: El Ojo

La infancia constituía para Alba una etapa que había transcurrido sin excesivos sobresaltos. Los diez primeros años de su vida habían ondeado suavemente a lo largo de calles soleadas, patios de colegios y chándales a rayas. Su memoria conservaba, sobre todo, sensaciones, que la conectaban con su niñez cuando se repetían en el presente. El sabor amargo del trago accidental de agua de piscina la trasladaba a aquellos veranos en la costa de Alicante. También lo hacía el dolor de oído: en cuanto uno de los dos comenzaba a escocerle revivía las riñas de su tía, que achacaba la otitis crónica de Alba a sus interminables baños de agua dulce. De vez en cuando experimentaba otros destellos sensoriales que, sin embargo, no lograba ubicar en el tiempo: el olor a leña quemándose, por ejemplo, activaba una película incesante de imágenes inconexas que la situaban en varias edades a la vez.

Su memoria también archivaba momentos muy concretos, que Alba evocaba como si se tratasen de fotografías que ella contemplaba como espectadora, desde fuera. Se veía con cinco años, discutiendo con unos niños del pueblo de sus abuelos. Contaba con un único apoyo, su primo, quien más tarde la regañó por haberle puesto en ridículo al decir que el hermano de Alba, apenas un bebé, iba a defenderles en el rifirrafe. “Como no nos dejéis en paz llamaré a mi hermano”, había amenazado ella, arrepintiéndose de articular cada sílaba conforme iba desenrollando la frase, pero incapaz de parar el torrente que escapaba de su boca. “¿Ah, sí? ¿Cuántos años tiene?”, preguntó una niña de unos ocho años, que imponía no sólo por su edad –a Alba le parecía ya una adulta- sino también por su altura y corpulencia. “¡Uno!”. La boca de Alba regurgitó la rabia que digería su estómago. El grito surgió desde el más recóndito de sus pliegues, desoyendo a las neuronas que intentaban convencerle de que mintiera. Las carcajadas de aquellos niños la inmovilizaron: permaneció quieta unos segundos, plantada en la acera, observando la desahogada reacción de sus enemigos. Su primo le reprochó, también, que no hubiera asustado a aquella pandilla diciendo que su hermanito tenía, al menos, 12 años: eso habría sido suficiente para mantenerlos alejados del muro de la calle.

El afán por monopolizar la extracción de dientes en el muro era la causa de las disputas entre los niños. Los dientes eran piedrecitas blancas y puntiagudas intercaladas cada doscientas chinas marrones, vulgares. Los niños de la calle se las ingeniaban para arrancarlas del muro, pues creían que el Ratoncito Pérez les recompensaría con lollipops si las colocaban debajo de la almohada, haciéndolas pasar por verdaderos dientes de leche. Alba, que realmente creía que aquellas piedrecitas incrustadas en la pared eran dientes, había probado el truco de la almohada innumerables veces, con resultados nulos. Sin embargo, cada tarde continuaba con su tarea arqueológica, porque le fascinaba y le intrigaba el hecho de que un muro pudiera estar formado, en gran parte, por dientes humanos. ¿A quiénes habrían pertenecido? ¿Qué clase de sádico arrancaría la dentadura a tanta gente? ¿Las mutiló cuando estaban vivas, o se trató de una práctica post mortem?

Los misterios se agolpaban en aquella pequeña manzana formada por cuatro viviendas asimétricas, encajadas como piezas de un tangram. Los dientes sin dueño no eran los únicos restos humanos que allí podían descubrirse. Los abuelos de Alba habían alquilado el segundo piso de su casa, que únicamente conectaba con la planta baja mediante una escalera exterior. Desde el patio frontal se podía acceder a ella y, si se deseaba, subir lentamente sus peldaños, que crujían como si una manada de cucarachas se removiera con cada pisada. Al llegar arriba una pequeña terraza acogía todas las noches de verano a Alba y a su primo, que acudían allí para completar las funciones de investigadores iniciadas con los dientes del muro. Decenas de ladrillos se apilaban bajo un ventanal que daba a una habitación cuya luz estaba permanentemente encendida. Dentro de una de las cavidades de un ladrillo, Alba y su primo hallaron una noche una presencia enigmática e inquietante: un ojo que brillaba, imperturbable y verde, de corte egipcio y pestañas infinitas. El Ojo –con mayúscula, pues pronto se transformó en una divinidad para ellos- solamente se manifestaba por las noches, y siempre lo hacía en el mismo hueco del mismo ladrillo. Subir a observar al Ojo se convirtió en un ritual obligado, casi místico: siempre después de cenar susurraban, como si se tratara de una misión secreta: “vamos a ver al Ojo”. Entonces escalaban con ansia las escaleras y lo contemplaban por turnos. En los relevos, y en voz baja para que los habitantes del segundo piso no advirtieran su presencia, quien abandonaba el puesto privilegiado solía hacer alguna pregunta que no esperaba contestación: “¿Cómo puede haber un ojo ahí dentro? ¿Será realmente un ojo?”. Años más tarde, y después de tantos veranos idolatrando al Ojo, Alba y su primo volvieron una noche al piso de arriba sin esperanzas de volver a ver lo que había supuesto su mayor misterio. Esta vez avanzaron por la escalera con desgana, compartiendo en voz alta sus dudas respecto a la existencia real del Ojo. Al asomarse por el hueco del ladrillo, sin embargo, allí estaba, impertérrito, fijo. La luz de la habitación derecha seguía encendida. Fue entonces cuando la incógnita sucumbió a la lógica propia de los quince años: el ojo –ya en minúscula- era sólo el producto del reflejo de la luz que se filtraba desde el ventanal y entraba por el ladrillo.

Bajaron los escalones mientras bromeaban sobre su antigua ingenuidad y fingían no comprender cómo creyeron que en el interior de un ladrillo había un verdadero ojo. Ninguno quiso reconocerlo abiertamente, pero a ambos les dolía que su reciente comprobación hubiera desmontado la única fantasía de su niñez que seguía viva. “Vamos al quiosco”, dijo Alba, “comprémonos chucherías ahora que sabemos que tampoco el Ratoncito Pérez vendrá a cambiarnos los dientes del muro por lollipops”.

1 comentario:

  1. Infancia I... ¿eso significa que va a haber más? ^^ espero que síiiiiii!!!!!!!

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