martes, 1 de junio de 2010

Hoy me quejo yo

Las personas solemos mantener, entre nosotros, más diferencias que puntos en común. Nuestras aficiones raramente coinciden; si nos movemos en un grupo de amigos de, pongamos, siete u ocho personas, es difícil que exista un solo gusto que todos compartamos. Pero ahora, tras años de no-investigación, por fin puedo afirmar que he encontrado algo que constituye una pasión universal: la queja.

A los humanos, por lo general, nos encanta quejarnos, así que aprovechamos la mínima contrariedad para entrenarnos en tan improductiva habilidad, incluso aunque esa contrariedad no nos afecte personalmente. De hecho, nuestra queja suele ser más sentida y profunda cuanto más lejano nos queda aquello que la ha provocado. Por ejemplo, la mayoría de la gente nunca protestará por algo tan vinculante como es la manipulación en los medios de comunicación, y sin embargo no dudará en ponerme mala cara cuando “estorbo” su circulación vehicular cuando voy en bicicleta por la calzada –y dale con las bicis, pero es que este tema me toca la fibra-.

Párate a pensarlo. ¿Cuántas de tus conversaciones rutinarias se basan en la queja? Quejarse es algo muy socorrido cuando se nos gasta la cuerda. Cuando ya no tenemos nada más de lo que hablar con la otra persona, un mecanismo interno nos impulsa a llenar el vacío que crea el silencio y empezamos a pagarla con lo primero que nos viene a la cabeza: el tiempo atmosférico, los exámenes, el Gobierno… el caso es quejarse. Y así, muchas veces, nos quejamos de vicio.

Yo solía ser muy quejica. Mi madre se quejaba de que yo siempre me quejara –una característica de la queja es que genera más queja-. Lo cierto es que yo no me daba cuenta, porque pensaba que todas mis quejas estaban plenamente justificadas. Por tanto, me quejaba de que ella se quejara de que yo me quejaba, y luego lo olvidaba todo y me quejaba de otra cosa.

No sé en qué momento me di cuenta de que esa actitud era inaguantable. Ahora ya no me quejo ni la décima parte que hace un par de años, aunque no he abandonado el hábito del todo. Nada es malo en pequeñas dosis y, además, sospecho que la queja es una práctica inherente al ser humano. O al menos me consuela pensar eso.

Todo esto lo he reflexionado después de meses aguantando a un profesor inaguantable –qué paradójico-. De su mala leche he deducido que, como el sueldo no debe de llegarle para pagar a un psicólogo, utiliza las clases como terapia. Marca su postura cabreada y distante desde que se aposenta en la tarima en lugar de en el suelo, que es lo que está al mismo nivel que nuestras mesas. Ésa es su manera de decirnos que es superior a nosotros, estúpidos universitarios inconscientes y autómatas. Una vez acomodado en su trono, reproduce su discurso de dos horas sobre la inutilidad humana de la que, por supuesto, todos –excepto él- participamos. El asunto no pasaría de molesto si, por lo menos, se dirigiera a su auditorio con educación y suavidad, pero no: su tono de voz suena requemado, y no precisamente por el tabaco. Solamente la voz del propietario de alguna mano privilegiada interrumpe la interminable diatriba cuando el profesor le concede el honor de la palabra, que le quita en cuanto tartamudea, a su modo de ver, alguna “sandez”. “Para cagarla, mejor te callas”, ha sido la filosofía que nos ha transmitido durante las últimas sesiones.

Cierto día establecí una conexión entre este profesor mío y un escritor y columnista al que antes leía con gran entusiasmo: Javier Marías. Desde que descubrí sus artículos en El País Semanal me convertí en una fiel seguidora suya, y tomaba como palabra del Señor cada frase que publicaba. Así fue hasta que, no hace mucho, escribió una columna titulada –si no recuerdo mal- “Escenas de ínfima exasperación”. Conformaban el escrito distintos episodios que sacan de quicio al autor y de los que, en consecuencia, se quejaba. Algunas quejas me parecieron bastante lógicas –la imparable proliferación de obras en Madrid-, pero otras me sonaban a queja gratuita –como las barreras de personas que se forman en las aceras y que no dejan avanzar al paso deseado, cosa que, dicho sea de paso, pone de relieve esa moderna tendencia que tenemos los humanos hacia la impaciencia y la prisa-. La columna tuvo sus secuelas y la queja entera se compuso, finalmente, de tres partes, a cada cual más repelente. Al leerlas me di cuenta de que la gran mayoría de sus artículos anteriores eran quejas, pero no quejas basadas en evidencias o expresadas calmada y respetuosamente, sino quejas vomitadas por un hombre frustrado, asqueado y, sin duda, infeliz.

Porque ¿puede ser feliz alguien que, como mi profesor o Marías, no consigue atisbar el lado positivo que cualquier acontecimiento tiene? ¿Y que, encima, se queja de forma que deja entrever el odio y el cansancio por la vida que lleva dentro? Sinceramente, lo dudo. Yo opino que la felicidad se basa, en gran parte, en aprender a relativizar y a aliarse con el tiempo. Si sabemos que, desde nuestro prisma individual, bonito y feo son incompatibles, ¿por qué nos enfocamos en la parte desagradable de la vida? ¿Es que no sabemos que no es en ella donde reside la verdadera felicidad? Me pregunto cómo hemos llegado al punto de que nos fastidie no poder caminar a una velocidad de diez pasos por minuto más que los que damos a la que andamos por la hilera de ancianos que nos impide adelantar. Y aún entiendo menos que un periódico dé importancia a una queja tan banal.

Debemos trascender todo eso. Sí, el mundo está mal y hay mil cosas de las que quejarse, pero por favor, hagámoslo con fundamento y con una perspectiva un poquito más global. Reconozcamos nuestras flaquezas y mostrémonos humildemente al mundo en lugar de intentar manejarlo como si sólo fuera un personaje más de un videojuego. Disfrutemos de lo que hay y centrémonos en lo que necesita realmente nuestras quejas y nuestra ayuda.

2 comentarios:

  1. Kansolopasaba...1 de junio de 2010, 7:15

    Muuuuy bueno
    Se me ocurre una imagen perfecta que ejemplifica perfectamente el tipo de queja gratuita del que te quejas (redundancia deliberada):
    La típica señora que sale siempre en las noticias (creo que debe estar en la nómina de alguna cadena)cuando hay un atasco o se colapsa un aeropuerto y que siempre suelta su ¡ESTO-ES-UNA-VERGÜENZA!
    No sé simplemente, me ha venido a la cabeza mientras lo leía. No creo que aporte nada pero eh! He comentado.

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  2. La verdad es que la queja es algo ya muy extendido en nuestra sociedad. Tanto que se podría calificar de plaga, o incluso pandemia. Y, como muy bien dices, la queja sin sentido y acerca de un tema que nos queda realmente lejos es la que más nos gusta cultivar. Todos deberíamos aprender a moderar un poco nuestras críticas y ganaríamos mucho.

    me gusta, me gusta como escribes!!

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