lunes, 26 de abril de 2010

Yo también

Admitámoslo cuanto antes: no somos originales. Aceptémoslo antes de que nuestro ego se eleve tanto que su caída sea inaguantable.

Éramos felices pensando que teníamos algo de excepcionalidad. Todos nos enorgullecíamos de haber descubierto algún detalle del mundo que nadie más había conseguido captar, o de haber hecho algo por primera vez en la historia de la humanidad, o de conocer un truco para sobrellevar mejor nuestra existencia. Pero no. Sea lo que sea, hagamos lo que hagamos, alguien más lo ha hecho antes, o lo está haciendo en el mismo momento.

Facebook nos demuestra que somos comunes. Los grupos "Yo también..." son una cura de humildad para cualquiera que creía haber descubierto América. Hay quien, tras sufrir la patada en el ego y curarse el moratón, merodea por la red social buscando colectivos a los que adosar su normalidad. Yo también me comí el colacao a cucharadas y me dio tos. Yo también iba a la papelera a sacar punta para hablar con mis amigos. Yo también me ponía las cerezas de pendientes.

Los hay para todos los gustos. Cuando uno sucumbe a la aspereza de las redes sociales puede pasearse por ellas y sonreírse al encontrar ese enunciado en el que ve resumida una parte de su historia privada. Con sólo un click se convierte en miembro de una masa anónima que actúa a la vez como consuelo y como desazón, pues aunque nos identifica con nuestros afines también nos despoja de lo que considerábamos propio y único. Esas ideas eventuales que nos parecieron brillantes y certeras, esas manías que describían nuestra esencia o los guiños que compartíamos con alguien indispensable; ahora resulta que todo eso ya lo han experimentado 1.383.789 personas más. Y sólo en Facebook.

Cuán atrás queda el día en que pensaba que disfrutar del aroma de los subrayadores de colores era un privilegio al alcance de unos pocos custodios. Ingenua de mí, que llegué a creer que solamente yo había advertido la existencia de una especie de "señoras" que te recuerdan lo mona que eras de bebé. Qué individualismo, qué prepotencia. Mi perspicacia reducida a cero una y otra vez a medida que me afilio a cada uno de esos grupos. Facebook me anula.

Nos quedaba una chispa de peculiaridad, aunque fuese ficticia. A mí me gustaba saber que los domingos a las siete de la mañana únicamente yo pedaleaba por el carril bici entre los huertos, escuchando a los primeros gorriones y oliendo las recién nacidas flores de azahar. Sintiéndome la dueña de la mañana durante una hora que el resto de la gente llenaba con resaca y colchón.

Pero ahora sé que miles de personas respiran el mismo oxígeno que yo las mañanas de domingo y, aunque eso no reste al asunto su toque extraordinario, sí me roba la sensación de pertenencia, de monopolio. Los domingos ya no son tan míos como antes...

Facebook: ese nuevo mecanismo de alienación.

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