El actor se encuentra rodando una película en España titulada De mayor quiero ser soldado, que por lo visto trata un problema del que, a menudo, nos olvidamos: la televisión, la violencia y la manipulación de las inocentes cabecitas de los niños.Déjame decirte que la televisión se ha convertido en algo terrorífico, algo
que irrumpe en las mentes de nuestros hijos mucho antes de que sus sistemas
de valores se hayan formado y sólo transmite una idea: consume, consume.
Desde la televisión (y desde los medios de comunicación en general) se bombardea a los pequeños con imágenes y modelos que minan sus sistemas de valores cuando todavía no han madurado. Hace poco establecí, mediante un ejercicio mental, mi propio sistema de valores, y me sorprendió el resultado que encontré: los tres primeros, por este orden, fueron aceptación, respeto y honestidad. Es cierto que son valores que valoro mucho -valga la redundancia- pero, muy a mi pesar, todavía no rijo mi vida en función de ellos. ¿Cómo voy a hacerlo, si hasta hace pocos meses no era consciente -y ni siquiera ahora lo soy al cien por cien- de que estaba caminando en círculos, en torno a unos valores que me perforaron el cerebro durante mi más tierna infancia?
Ejemplos los hay a montones, y no sólo para mi caso, sino para el de mi generación y las siguientes, además de algunas anteriores. ¿Qué nos dice la televisión a las mujeres? Elaboremos una breve lista: cocina, limpia, cambia pañales, dale el biberón al muñeco -o sea, entrénate para tu destino inevitable-, haz la compra, sigue de buen humor aunque tengas la regla, pon lavadoras, come galletas bajas en calorías, cena un yogur, no cenes, no comas, tapa esas arrugas, empieza a camuflarlas a los 20 años cuando todavía no han salido, monta en tu baño un mostrador de cremas y perfumes, acaba con los granos y con las espinillas, mantén tu pelo hidratado y brillante, no salgas de casa sin maquillarte, elimina hasta la última molécula de grasa de tu cuerpo, sal a correr todas las tardes, no te permitas ni un ápice de celulitis y ninguna estría, sé fiel a tu marido y sirve a tus hijos hasta que cumplan los 30, confórmate con ser el artículo de decoración accesorio al hombre, muéstrate siempre dispuesta para el sexo, tíñete las canas, llega perfecta al verano y al bikini, recibe a tu marido con una sonrisa cuando llegue del trabajo -porque tú no trabajas, claro-, levántate por las mañanas con el pelo perfectamente peinado y el cutis impoluto, sé una princesa desvalida a la espera de la salvación del príncipe, aprende de amor y sexo en revistas para quinceañeras aunque tú aún tengas ocho años, procura que te quepa la talla 34 durante toda tu vida, estate atenta a los designios de la moda para no parecer desfasada, ten tu primer novio a los 11 y echa el primer polvo a los 12, lee Crepúsculo para seguir cultivando fantasías en tu estéril cabeza, infórmate de los últimos cotilleos de los cantantes de Disney... (¿sigo?).
Y si no haces todas esas cosas, es que eres o serás lesbiana.
Los niños -varones- tampoco se libran de la autoimposición de valores y actitudes de los medios. Otra pequeña lista: compite jugando al fútbol, compite jugando a la consola, compite yendo en bicicleta, compite con el scalextric, peléate y grita para conseguir lo que quieres, juega con muñecos ciclados, usa pistolas de agua y de bolas, hazte hincha de un equipo de fútbol, bebe cerveza, lígate a una tía buena, folla como un cosaco, sé seductor y misterioso, ten amigos gays pero no te acerques demasiado a ellos, pon solución a tu calva incipiente, cocina únicamente si vives solo o si vienen tus colegos a comer -y que sea pasta de sobre-, cuando te toque tener a los niños pídeles un par de pizzas, siéntate a la mesa a esperar a que la comida esté hecha, muscúlate al máximo, no muevas un dedo en casa -¿alguien ha visto algún anuncio en el que aparezca un hombre limpiando?-, cómprate todas las consolas que existen, trabaja todo el día y llega a casa feliz y a punto para darlo todo en la cama...
¡Ah!, y si no haces todo eso, es que eres gay. Seguro.
Imaginaos. Todo eso y mucho más es lo que nos inculcan desde que nos sentamos enfrente de la tele y vemos los Fruitis o Dragon Ball (eso en mi época, ahora se ven H2O y Hannah Montana). Si desde las series y dibujos animados que veíamos ya se nos enseñaban unos roles, cuando llegaba el corte para la publicidad la cosa ya era tremenda. Sobre todo en épocas navideñas y de comuniones, en las que los anuncios de juguetes se multiplican por mil. Y ya no hablemos de la publicidad que introducen entre programas destinados a adultos, y de la que todo niño acaba por empaparse cuando comparte un momento de tranquilidad con sus padres delante de la caja tonta (tonta porque nosotros hemos querido, por supuesto).
¿Cómo va a aprender un niño lo que es la aceptación, si le repiten una y otra vez que debe adelgazar o criar músculo? ¿Cómo interiorizará el respeto, si aprende a matarse a trabajar fuera y dentro de casa mientras su pareja es -teóricamente- un vago? ¿Y qué hay de la honestidad, si desde la cuna nos obligan a fingir sonrisas cuando en nuestro interior se derrumba el proyecto de vida perfecta que habíamos imaginado?
Aquí tengo dos soluciones: o moverme para cambiar las cosas o irme a parir una isla desierta y no salir de ella hasta que mis hijos tengan 20 años.